No sé si alguien tal vez habrá vivido,
casi al atardecer,
el inmenso placer de evadirse.
No sé, pero os invito
-si es posible a la margen del piélago-
a intentarlo algún día -
En la postrera hora.. Una de estas tardes,
albero de un invierno,
pero siempre a la hora última
en que se prescinden,
delirantes de néctar y albor, los picaflores
(Están llenos los caminos de sonidos
que vagan sin ostentación)
Para decir "no te la creas"
a punto de empezar la nueva faena,
Y te dejas el espacio en las orillas
vaciando cálculos matemáticos.
Y te vas de las metrópolis que vedaron
fundar en sus paredes miradores,
relegas "un hasta luego " mesiánico ,
y el azufre del recelo,
te importunas de archivar para la madrugada
porque pronto es hoy,
y hoy -si el piélago es charco- serás perenne.
Y te dejas de lado… relegas los llantos olvidados,
las sonrisas etiquetadas, como de plástico…
el conjuro anómalo del beso.
Te olvidas de todo. Menos de los grillos
que cantaron la noche, en albas de barro,
Y sueñas con su acento, con el olor a asado
a orillas de tu aliento,
en el trayecto exacto del patio,
Te olvida de que existes -si es que existes-
de cuando fue pichón y sus vuelos
ambicionaban señales sobre el día,
de cuando fue pendiente
y se embriagaba sin atadura de muscínea
con el hálito que penaba el cuerpecillo.
Ay... Qué hiciste...
Tú mismo, a vencimientos bien escasos,
y a la ladera de un querube,
tinieblas de la noche,
para reinventar un cielo
y ponerle nombre, al imperecedero
número de fatalidades.